El 8% del comercio minorista de España no está detrás de un mostrador en un pequeño establecimiento. Está en la venta ambulante, los puestos de los mercadillos, que periódicamente se organizan en nuestras ciudades y pueblos y en las furgonetas que, sobre todo en el entorno rural, aún dan servicio a numerosos núcleos de población muy pequeños. La venta ambulante tiene hoy un volumen de negocio de 2.100 millones de euros y da empleo directo a casi 60.000 personas, de las que 838 realizan su actividad en el País Vasco generando una facturación de 60 millones.
En total, en el Estado hay casi 40.900 empresas dedicadas a la venta ambulante. De ellas, 34.000 son autónomos individuales sin asalariados; 5.700 son autónomos con uno o dos trabajadores, y, finalmente, casi 1.200 son sociedades, entre las que predominan las cooperativas y comunidades de bienes. Es un dato «bastante estable», como asegura Carlos Martí, coordinador general de la Unión Nacional de Empresas del Comercio Ambulante (Uneca), aunque en el País Vasco en el último año se haya producido una caída del 6,2% en el número de empleos.
Las tablas del Instituto Nacional de Estadística no detallan cuántos de estos vendedores son itinerantes (se desplazan por los pueblos) y cuántos realizan su actividad en alguno de los 172.500 puestos que albergan los 3.500 mercadillos periódicos que se celebran en el España, aunque éste es el caso de la mayoría. En Euskadi se celebran 143 mercados, aunque aquí el Eustat no sólo engloba los generalistas (lo que habitualmente llamamos mercadillos), sino que también incluye los de tipo medieval o ferias.
Otra peculiaridad vasca es que Euskadi es una de las comunidades donde en la venta ambulante se permite la venta de casi cualquier producto alimentario, algo que en otras regiones se limita a frutas, verduras, frutos secos y encurtidos. En general, el textil (en todas sus variantes) seguido del calzado, la piel y el cuero son los productos más vendidos.
Modernizar el sector
El sector de la venta ambulante además de combatir con crisis comunes al comercio minorista (cambios en los modelos de consumo, irrupción de la venta online, y en los últimos años, ralentización económica) también tiene sus batallas propias: falta de legislación específica, limitaciones horarias, difícil relevo generacional, necesidad de profesionalización y mejora de la imagen. «Tenemos mucho que hacer por modernizar la venta ambulante y así tratar de ampliar el público al que llegamos».
De entrada, nosotros ya tenemos un cliente, que aunque fiel, tiene un nivel adquisitivo bajo y nuestras opciones de llegar a él están muy limitadas por cuestiones horarias. Las ordenanzas municipales sólo permiten la venta de nueve de la mañana a dos de la tarde, lo que ya deja fuera de nuestro alcance a casi cualquiera de trabaje.
Además, hay que tener en cuenta que el mercadillo se suspende por temas de seguridad cuando se celebran algunos eventos, como las fiestas del municipio, y que la afluencia baja mucho en función de la meteorología», señala Martí, que también reconoce que muchas cosas se deben trabajar desde dentro. Empezando por los de casa.
«Tenemos que mejorar la percepción que el público más general tiene de la venta ambulante y eso pasa por profesionalizarnos. Arrastramos determinada reputación cuando hoy en un mercadillo puedes encontrar mejor y peor calidad y hay profesionales que pueden explicarte el origen y trazabilidad de un producto», asegura. Para lograrlo, la propia Uneca ya ha firmado un convenio con el Ministerio de Industria, Comercio y Turismo al que se va a adherir la Federación Española de Municipios y Provincias para impulsar de la innovación en el sector.
«Para empezar queremos contar con un distintivo de calidad que genere confianza avalando la sostenibilidad del negocio. Ahí tenemos que empezar por que los propios profesionales dejen de ver la venta como una actividad de subsistencia, como ocurre en muchos casos, y empiecen a gestionarla con criterios profesionales», señala.
Entre esos nuevos criterios de gestión también entra la transformación digital. «¿Ya que tenemos esas limitaciones horarias, ¿por qué no damos por ejemplo el salto al comercio electrónico?», se pregunta el coordinador de Uneca. Esa digitalización supondría en su opinión además un aliciente para atraer a la gente joven hacia el sector. «Hoy por hoy no resulta atractivo y aunque los puestos se pueden traspasar de padres a hijos, salvo en el colectivo gitano, lo normal es que los jóvenes opten por dedicarse a otras cosas», explica Martí.
Los mercados hablan de nuestras ciudades
Además, Uneca apuesta por hacer que ese salto de calidad sirva para hacer de los mercadillos incluso un atractivo turístico como ya ocurre en otros lugares. Y ahí ya le toca trabajar también a la Administración. «Los mercados hablan de nuestras ciudades y el mensaje que hoy se traslada es feo porque no se cuidan la imagen. En países europeos, con culturas menos dadas a salir a la calle que la mediterránea ese aspecto se cuida más que aquí», lamenta.
Sólo algunas comunidades tienen una ley especifica (Euskadi no es una de ellas), por lo que la regulación de la venta ambulante está en manos de los ayuntamientos, que, según se quejan desde el sector, tampoco desarrollan ordenanzas muy concretas. «Muchas veces se copian unas a otras y casi nunca van al detalle en cosas tan elementales como cuánto espacio debe haber entre un puesto y otra». Además, tampoco se implican después nada en la gestión de lo que no dejan de ser gestión de esos espacios comerciales urbanos.
«Las administraciones te otorgan la licencia para la que hay una serie de requisitos (estar dado de alta en el IAEl y la Seguridad Social, tener un seguro de responsabilidad civil, carné de manipulador de alimentos en el caso que corresponda…), pero después su gestión es meramente administrativa.
No cuida de que no se ofrezca lo mismo en casi todos los puestos, de que se promocionen las actividades, de la mejora imagen, de que se cuiden las instalaciones. Si lo hiciera también animaría a quienes trabajan en ellos a cambiar la propia percepción del mercado, a trabajar por hacer marca. Si la Administración y los profesionales nos pusiéramos de acuerdo en hacer una gestión público-privada de estos espacios la cosa cambiaría mucho», asegura Martí.
Fuente: ElCorreo