Aunque Theresa May superó ayer una moción de confianza planteada por el líder laborista Jeremy Corbyn, eso en nada alivia el fracaso del Brexit, de su gestión política y del horizonte del país que aún finge dirigir. Si acaso, la votación de ayer añade otro dato de preocupación adicional: la derrota de quien la fraguó, Corbyn, la convierte en certificado de desconfianza hacia su capacidad de erigirse en alternativa.
Reino Unido carece así de Gobierno creíble y de oposición viable. Incluso antes de entrar en vigor, el Brexit ya ha empezado su recorrido, acumulando efectos nocivos. Quizá el más notorio es que ha logrado triturar la comunidad nacional británica… sin desgarrar a Europa ni privarla (aún) de uno de sus mejores socios.
Las incidencias parlamentarias de ayer —y previsiblemente de los días inmediatos— para nada empañan el colosal fracaso del brexit de May, tumbado por Westminster. No solo porque no hay registros parlamentarios de algo parecido, sino porque lo que pretendía arracimar a los británicos en torno a un futuro mejor ha logrado dividirlos cruelmente.
El Brexit actúa así como virus letal. No había unidad en el Gobierno, que ha sido recauchutado media docena de veces para tapar sus fisuras internas. No hay cohesión en la ciudadanía, que se dividió por mitades en el referéndum, y así sigue, fracturada. No hay objetivos comunes de los distintos territorios, sino que se registran todos los tonos, desde el de la Escocia europeísta hasta el del Ulster de dirección ultramontana… pero también escindido.
Y finalmente no hay unidad en el Parlamento. En todo caso, una aplastante mayoría de dos tercios que rechaza tajantemente el Brexit de May. Si el Acuerdo de Retirada por ella pactado con sus socios ha quedado parlamentariamente invalidado, es la propia lógica de la retirada la que queda seriamente tocada.
Y sobre todo la lógica de May. Pues si se trataba del mejor acuerdo alcanzable y el único posible respetando la voluntad secesionista, quiere decir que todos los demás son o peores o imposibles. Y pues Westminster ya ha votado contra la retirada sin acuerdo, solo quedaría una alternativa, que por cierto es la más razonable: rebobinar hacia la permanencia en la Unión, opción que cada vez más británicos —y europeos— comparten.
Pero los caminos de la política no siempre siguen las indicaciones de la razón. Y otras salidas pueden abrirse paso, aunque resulta difícil porque en buena parte ya se han explorado, porque la intrincada política británica atraviesa momentos de extrema ansiedad y porque el reloj del 29 de marzo (fecha de salida) y del 26 de mayo (elecciones al Parlamento Europeo, con o sin británicos) aprieta. Y también porque la paciencia de los socios tiene un límite: no dejar que el Brexit carcoma a la Unión, como ya ha hecho con la otra parte.
El fracaso del brexit es problema de los británicos. Solo ellos pueden resolverlo o superarlo, aunque los europeos continentales puedan facilitar su pesada digestión con muestras bifrontes de empatía y firmeza.
Y el primer instrumento para resolverlo es el de recobrar la plenitud de su hollada vida democrática, a no confundir con la continuada viveza de su debate parlamentario. Ahora mismo, lo más urgente para Reino Unido es recuperar la plena legitimidad para cualquier proyecto relativo a su adscripción a la UE, a través de un liderazgo responsable y compacto. Carece, al menos desde el martes, de lo uno y de lo otro.
¿Cómo? Es a la sociedad afectada a la que corresponde decidir: si por recomposición de una mayoría transversal parlamentaria y la aparición de un liderazgo alternativo sólido; si mediante un segundo referéndum; si través de unas elecciones anticipadas. O gracias a una combinación de estos y otros instrumentos imaginables.
Si sucediera todo eso, si la UE tuviese al fin como interlocutor un país cohesionado por un proyecto y un liderazgo dejando de lado el fracaso del brexit —en vez de residuos políticos de ambos—, entonces sería muy difícil que rechazase considerar un replanteamiento a fondo de todo el asunto.
Fuente: El País